Asia sigue llamando la atención como el “motor del crecimiento mundial más importante”, según la directora gerente del FMI, Christine Lagarde. Sin embargo, a medida que el crecimiento en el continente se intensifica, los países están experimentando también una creciente desigualdad de ingresos y riqueza. Las disparidades de ingresos en 11 economías – alrededor de las cuatro quintas partes de la población de la región – se están ampliando y, si bien las brechas de desigualdad dentro de los países se están cerrando en otros lugares, en Asia han crecido. Según el Banco Mundial, “la desigualdad en Indonesia ha alcanzado niveles históricamente altos”, con el 10% más rico consumiendo lo mismo que el 54% más pobre en 2014, un aumento en comparación con el 42% de 2002.
Sin embargo, la desigualdad no es un fenómeno reciente. En contextos de desigualdades ya agudas en la década de 1980, el Banco Mundial y el FMI extendieron paquetes de préstamos con estrictas condiciones de devolución que obligaron a los países prestatarios a alinear sus políticas económicas a enfoques basados en el mercado. Invadiendo profundamente la política económica nacional, los programas de ajuste estructural (PAE) exigieron flujos transfronterizos de bienes, servicios y capital sin restricciones, privatización de las empresas estatales, impuestos de base amplia y recortes del gasto social como parte de las medidas de austeridad.
Los PAE no lograron sus objetivos declarados de, entre otros, aumentar la capacidad industrial y la competitividad. Los déficits comerciales y de cuenta corriente crecieron a medida que se imponía este modelo extractivo, agravando la situación de la deuda externa que las instituciones financieras internacionales (IFI) intentaron resolver en primer lugar con los PAE.
Recuerda al emperador insistiendo en que está usando ropa nueva, ya que las IFI esencialmente persiguen el mismo camino neoliberal que nos llevó a donde estamos ahora
En Bangladesh, la rápida eliminación de los aranceles, “abrió una esclusa de importaciones de las empresas transnacionales mejor financiadas”. En Filipinas, un hasta entonces vigoroso sector de confección se contrajo cuando mercancía más barata inundó el mercado, lo que condujo a una caída en la demanda de las exportaciones.
El fomento de la flexibilidad del mercado y los límites salariales de los PAE causaron fuertes golpes a los derechos laborales. Además de promover el estancamiento salarial, impidieron la protección de la negociación colectiva y de los derechos de asociación. La flexibilización del trabajo trajo una mayor inseguridad laboral, especialmente para las mujeres, que ya eran marginadas debido a empleos inseguros y con salarios bajos. Así, incluso sin referencias específicas a las condiciones laborales, los PAE “[representaron] un cambio sustancial en el equilibrio político de poder entre los trabajadores organizados y las empresas en los países receptores, ya que las agrupaciones de trabajadores [perdieron] influencia en beneficio del capital”, según una investigación de la revista International Union Rights. La persistencia del apoyo de las IFI a la flexibilización del mercado de trabajo se ha evidenciado más recientemente en el borrador del Informe Sobre el Desarrollo Mundial 2019 del Banco Mundial, sobre la naturaleza cambiante del trabajo, que ha desatado muchas críticas (véase el Observador de Verano de 2018).
Los mayores beneficiados por estas políticas son las élites ricas, políticamente bien colocadas, y las empresas multinacionales. A medida que estos problemas se notan en las mediciones más contemporáneas de desigualdad, destacan los resultados persistentemente adversos de la política neoliberal sobre los trabajadores pobres. Un tercio de los trabajadores de la región sigue estando por debajo del umbral de pobreza internacional de USD 1,90/día del poder adquisitivo. La Organización Internacional del Trabajo observó que, en el sudeste asiático, el crecimiento es aún más lento que en Asia meridional y Asia oriental.
Lea el artículo completo aquí.
El FMI y el Banco Mundial: cómplices de la desigualdad en Asia
Asia sigue llamando la atención como el “motor del crecimiento mundial más importante”, según la directora gerente del FMI, Christine Lagarde. Sin embargo, a medida que el crecimiento en el continente se intensifica, los países están experimentando también una creciente desigualdad de ingresos y riqueza. Las disparidades de ingresos en 11 economías – alrededor de las cuatro quintas partes de la población de la región – se están ampliando y, si bien las brechas de desigualdad dentro de los países se están cerrando en otros lugares, en Asia han crecido. Según el Banco Mundial, “la desigualdad en Indonesia ha alcanzado niveles históricamente altos”, con el 10% más rico consumiendo lo mismo que el 54% más pobre en 2014, un aumento en comparación con el 42% de 2002.
Sin embargo, la desigualdad no es un fenómeno reciente. En contextos de desigualdades ya agudas en la década de 1980, el Banco Mundial y el FMI extendieron paquetes de préstamos con estrictas condiciones de devolución que obligaron a los países prestatarios a alinear sus políticas económicas a enfoques basados en el mercado. Invadiendo profundamente la política económica nacional, los programas de ajuste estructural (PAE) exigieron flujos transfronterizos de bienes, servicios y capital sin restricciones, privatización de las empresas estatales, impuestos de base amplia y recortes del gasto social como parte de las medidas de austeridad.
Los PAE no lograron sus objetivos declarados de, entre otros, aumentar la capacidad industrial y la competitividad. Los déficits comerciales y de cuenta corriente crecieron a medida que se imponía este modelo extractivo, agravando la situación de la deuda externa que las instituciones financieras internacionales (IFI) intentaron resolver en primer lugar con los PAE.
En Bangladesh, la rápida eliminación de los aranceles, “abrió una esclusa de importaciones de las empresas transnacionales mejor financiadas”. En Filipinas, un hasta entonces vigoroso sector de confección se contrajo cuando mercancía más barata inundó el mercado, lo que condujo a una caída en la demanda de las exportaciones.
El fomento de la flexibilidad del mercado y los límites salariales de los PAE causaron fuertes golpes a los derechos laborales. Además de promover el estancamiento salarial, impidieron la protección de la negociación colectiva y de los derechos de asociación. La flexibilización del trabajo trajo una mayor inseguridad laboral, especialmente para las mujeres, que ya eran marginadas debido a empleos inseguros y con salarios bajos. Así, incluso sin referencias específicas a las condiciones laborales, los PAE “[representaron] un cambio sustancial en el equilibrio político de poder entre los trabajadores organizados y las empresas en los países receptores, ya que las agrupaciones de trabajadores [perdieron] influencia en beneficio del capital”, según una investigación de la revista International Union Rights. La persistencia del apoyo de las IFI a la flexibilización del mercado de trabajo se ha evidenciado más recientemente en el borrador del Informe Sobre el Desarrollo Mundial 2019 del Banco Mundial, sobre la naturaleza cambiante del trabajo, que ha desatado muchas críticas (véase el Observador de Verano de 2018).
Los mayores beneficiados por estas políticas son las élites ricas, políticamente bien colocadas, y las empresas multinacionales. A medida que estos problemas se notan en las mediciones más contemporáneas de desigualdad, destacan los resultados persistentemente adversos de la política neoliberal sobre los trabajadores pobres. Un tercio de los trabajadores de la región sigue estando por debajo del umbral de pobreza internacional de USD 1,90/día del poder adquisitivo. La Organización Internacional del Trabajo observó que, en el sudeste asiático, el crecimiento es aún más lento que en Asia meridional y Asia oriental.
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